Mi camino interior:Mi nombre es Luciano. Vivo en Buenos
Aires y llevo una forma de vida vegana/frutariana desde
1994 hasta el momento.
Como es natural en un país de cultura carnívora,
Argentina, mi acercamiento a las ideas vegetarianas
tuvo que esperar unos cuantos años, pues nada
en el medio circundante excitó nunca en mí
una preferencia de ese tipo. Para gente de estas latitudes
la ingesta diaria de carne es un hecho tan natural como
la visión de la nieve para un habitante nórdico.
¿Por qué comía carne? Porque lo
hacían mis mayores, quienes, a su vez, habían
recibido idéntica transmisión cultural
de sus propios mayores. Cuando en una cultura determinado
sesgo goza de completa aprobación, eso significa
que sus practicantes no tienen necesidad siquiera de
aceptarlo, del mismo modo en que no es un tema controversial
la lengua que uno va a hablar. Por lo tanto, ser carnívoro
en mi país no es una idea ni una convicción,
sino simplemente un modo nutricio igual a como el Español
es su modo idiomático. Se trata de algo que excede
largamente la frontera del Bien o del Mal: pues para
hablar en términos de bien o mal debe existir
previamente la posibilidad de obtar. Y, como es de ver,
nadie puede optar por aquello que no conoce. De hecho,
jamás olvidaré la impresión de
extrañeza que me produjeron mis primeras lecturas
sobre el tema: ¿Que la carne no es necesaria
para sobrevivir, cuando la prédica "científica";
al uso me había taladrado desde niño loando
las ventajas de la proteína animal sobre la vegetal?
¿Que puede evitarse la masacre de animales sin
que ello conspire contra nuestra salud, cuando desde
el colegio primario la única enseñanza
oficial aceptada me había persuadido de que dentro
de la cadena alimenticia cada eslabón estaba
donde le correspondía? ¿Qué los
animales no están en el mundo para satisfacer
la veleidad de nuestro estómago ni para ataviar
la desnudez de nuestros cuerpos, cuando la enseñanza
judeo-cristiana imperante no ceja, desde la cuna hasta
la tumba, de proclamar que todo lo habido en la tierra
es para que la mano del hombre se sirva de ello y que
"nuestro" paternal Dios así lo permite
y así lo ha querido desde siempre y por siempre?
Con semejante clima adverso, ¿alguien cree
posible que un niño, por reflexivo que sea, pueda
siquiera sospechar la posibilidad de una modalidad nutricia
diversa a la descripta? El problema estriba en que,
algún día, la niñez termina. Conforme
uno va madurando en tanto adulto, ha de vérselas
casi siempre con un lacerante proceso de individualización
interior que consiste, a grandes trazos en confirmar
la validez de algunos de los postulados aprendidos,
y suprimir (¡cuán dolorosamente!) muchos
otros.
No hay paradoja mayor en el comportamiento humano
que la de querer y tener que ser al mismo tiempo uno
mismo y la tribu de uno. En lo que a mí concierne,
este proceso de desgarro espiritual dió comienzo,
en buena medida, con la sospecha de que no había
pretexto válido para inferir sufrimiento a un
ser vivo, el cual, por lo demás, veía
yo capaz de cariño, de coraje, de lealtad, y
en ocasiones, de regalarme una hermosura tan radiante
y acabada que hechizaba mi mente. Despues de todo, ¿no
era yo también un animal, esto es, un ser animado,
vivo, y que sufriría, como sufren ellos, si alguien
me lastima, me tortura, me aleja de mi hábitat
y de mis seres queridos, y finalmente me mata, me descuartiza,
y me vende para que otros me hiervan, me asen, y me
sazonen?
Todas estas irritantes tomas de conciencia, que en
un principio no pasaban de meras perplejidades, fue
tranmutando hasta convertirse en una convicción
y en una completa empatía que me forzó,
llegado el momento, a hacer algo más que meditar
perplejo y quejarme para mis adentros. Había
llegado el momento de actuar, de poner en práctica
mis nuevas ideas y de forjar argumentos capaces de incitar
a otros a transitar el mismo camino. Ello significó
para mí la necesidad de estudiar los temas aledaños al vegetarianismo (nutrición, leyes apañadoras
de la industria cárnica y otras, opiniones de
expertos, medicinas alternativas, y, sobre todo, la
evidencia plena y rampante de la salud y longevidad
obstentadas por muchos/as vegetarianos/as ilustres,
por ejemplo mi admirado comediógrafo irlandés
George Bernard Shaw. Por no hablar del esfuerzo que
me demandó instruirme respecto de la posibilidad
de que los cosméticos y artículos de higiene
personal no costasen la vida ni el padecimiento de un
animal cuyo cuerpo haya terminado como objeto de experimentación).
Para defenderse el ser humano esgrime el argumento de
que una vida animal no tiene la misma importancia que
una vida humana, y yo pregunto, ¿por qué
una vida animal no puede tener la misma importancia
que una humana? Por lo pronto, es bien dificil conjeturar
la existencia de un animal más rapaz y veleidoso
que el ser humano, los más repulsivos de cuyos
miembros llevan incluso su inquina a una modalidad de
conducta desconocida por todas las otras especies, aún
por las más crueles: la tortura.
Si hay algo verdaderamente distinto entre animales
y humanos, es ¡la falta total de la avaricia en
los animales! y esta es una de las muchas cualidades
de los animales que los situan en un nivel superior
a los humanos.
-Luchi- veganismo@yahoogroups.com.