Declaración previa de Animal Freedom acerca de la condenable tradición taurina
El uso de los toros para el combate fingido no sólo significa la violación de sus derechos.
Es peor: la gente gasta su dinero para asistir a este cobardía.
Es comparable con un asesinato sexual, con los espectadores de culpables, siendo ellos el motivo de esta injusticia sádica. Fuente: Jesús Mosterín.
Catedrático de Filosofía de la Ciencia de la Universitat de Barcelona Publicado en 14/4/2004 en el periódico "La Vanguardia". |
Desde un punto de vista moral, nada es tan deleznable como la tortura, el dolor atroz infligido de un modo intencional e innecesario.
El no ser torturado constituye el único
derecho humano al que la declaración de
la ONU no reconoce excepciones y el derecho
animal que más adhesión suscita. El hacer
de la tortura pública de pacíficos
rumiantes un espectáculo de la crueldad,
autorizado y presidido por la autoridad gubernativa,
es una anomalía moral con la que hemos
de acabar ya. Hay que felicitar al Ayuntamiento
de Barcelona por haberse declarado en contra
de la continuación de las corridas de toros. |
Hace años que se le había adelantado Tossa de Mar en esta postura, pero obviamente el peso específico de Barcelona es mucho mayor, aunque no lo suficiente como para prohibir las corridas, que es el lógico paso siguiente.
La pelota está ahora en la Generalitat, que es la que tiene las competencias para acabar de una vez con esta lacra.
La tortura pública de animales humanos (brujas, herejes, delincuentes,
adversarios) y no humanos (toros, osos, perros, gallos) fue habitual en Europa
hasta el siglo XVIII. En España, durante ese siglo, la diversión
aristocrática de alancear los toros a caballo fue siendo sustituida por
la variedad plebeya o a pie del toreo.
A principios del siglo XIX, mientras prácticas similares se prohibían
en otros países, el absolutista Fernando VII creó las escuelas
taurinas y promovió la tauromaquia que ahora conocemos. La primera plaza
de toros fija de Barcelona, El Torín, con capacidad para 13.000 espectadores,
fue edificada en la Barceloneta en 1834. Al año siguiente, en 1835, el
grosero público asistente, borracho y descontento por la mala calidad
de la corrida, salió a la calle y se dedicó a quemar todos los
conventos e iglesias d e Barcelona, con la consiguiente pérdida de patrimonio
artístico. Desde Balmes hasta Ferrater Mora, los pensadores catalanes
se han opuesto a esta bárbara costumbre. Hoy en día, según
las encuestas, la mayoría de los catalanes son partidarios de su abolición. En 1988 el Parlament de Catalunya aprobó una
pionera pero inconsistente ley de Protección de los Animales. Si, por un lado, "se prohíbe
el uso de animales en espectáculos,… si
ello puede ocasionarles sufrimiento", por otro "quedan
excluidas de forma expresa de dicha prohibición" las
corridas de toros allí donde sean tradicionales,
es decir, donde haya construidas plazas de toros,
aunque no se autoriza la construcción de
otras nuevas. La tradición puede explicar sociológicamente
la existencia de ciertas costumbres en un grupo
social determinado, pero la tradición tiene
valor nulo como justificación ética
de nada. Las salvajadas más execrables son
tradicionales allí donde se practican. La
buena intención de ir acabando con la barbaridad
taurina era evidente, pero la marrullería
política y el miedo a perder algunos votos
acabó produciendo una ley contradictoria,
aunque no del todo inútil, como mostró el
caso Távora.
La Generalitat de Catalunya, en aplicación
de su norma vigente, había prohibido la
pretensión de Salvador Távora de
introducir el rejoneo, lidia y muerte de un toro
en medio de la representación de la ópera "Carmen" en
Barcelona. Los tribunales, incluyendo el Supremo
en el 2003, condenaron a la Generalitat a pagar
una indemnización multimillonaria a Távora,
basándose en la presunta defensa de la libertad
de expresión artística. Con ello
la falta de lógica, la crasa incomprensión
de lo que es el arte, la carencia de sensibilidad
y el total desprecio por el sufrimiento de los
animales condujeron a un esperpento judicial.
Como señalaba Antonio Machado por boca de
su alias Juan de Mairena, el arte es representación,
ficción, y por eso el toreo no es arte.
La corrida no es "un arte, puesto que nada
hay en ella de ficticio o imaginado". Al final
de la ópera "Carmen", Escamillo
torea y don José apuñala a Carmen.
Naturalmente, la muerte del toro y la muerte de
Carmen son ficciones. El arte es ficción
y la ópera es arte. Matar a un toro en el
escenario no es arte, como tampoco lo sería
matar a la actriz que interpreta el papel de Carmen.
Sólo un artista mediocre y sin imaginación
puede confundir la representación ficticia
o artística del dolor y la muerte con la
cosa misma. La libertad artística es la
libertad de crear ficciones y no tiene nada que
ver con la libertad de torturar y matar de verdad. En
el 2003 el Parlament de Catalunya renovó por
completo la ley de Protección de los Animales,
pero siguió sin atreverse a salir de la
contradicción en lo referente a la tauromaquia.
Ahora que el Ayuntamiento de Barcelona ha movido
ficha, es de esperar que la Generalitat tome cartas
en el asunto y que en un futuro próximo
tenga mos una ley consistente de protección
de los animales. Las ciudades y los países
son grandes y suscitan admiración por su
contribución al progreso y a los valores
universales, no por aferrarse a lo propio, peculiar
y castizo. Abolir las corridas de toros en Catalunya
es uno de los mayores favores que Catalunya puede
hacer a España entera, colocándose
así en una posición de vanguardia
espiritual y señalando el camino que los
demás sin duda acabarán siguiendo. |
Soy partidario de la máxima libertad en todas las interacciones voluntarias (comerciales, lingüísticas, sexuales, etcétera) entre ciudadanos.
Soy contrario a todo prohibicionismo, excepto en los casos
extremos, como la violación de niños
o la tortura de animales. Pero es que las corridas
de toros son un caso extremo. Por muy liberales
que seamos, si no tenemos completamente embotada
nuestra sensibilidad moral y nuestra capacidad
de compasión, tenemos que exigir el final
de tal salvajada. De hecho, en todos los paí ses
con un mínimo de tradición liberal
están prohibidas desde el siglo XIX.
Además de su cursilería estética y de su abyección
moral, toda la huera y relamida retórica taurina se basa en una sarta
de mitos y falsedades incompatibles con la ciencia más elemental.
No, el toro de lidia no constituye una especie aparte, sino que pertenece a la
misma especie y subespecie ("Bos primigenius taurus") que el resto
de los toros, bueyes y vacas, aunque no haya sido sometido a los extremos de
selección artificial que han sufrido algunas variedades, por lo que conserva
un aspecto relativamente parecido al del toro salvaje.
No, el llamado toro bravo no es bravo, no es una fiera agresiva, sino un apacible
rumiante, más proclive a la huida que al ataque. |
Dos no pelean si uno no quiere, y
el toro nunca quiere pelear. Como la corrida de
toros es un simulacro de combate y los toros no
quieren combatir, el espectáculo taurino
resultaría imposible, a no ser por toda
l a panoplia de torturas (el doble arpón
de la divisa, la tremenda garrocha del picador,
las banderillas sobre las heridas que manan sangre
a borbotones) a las que se somete al pacífico
bovino, a fin de irritarlo, lacerarlo y volverlo
loco de dolor, a ver si de una vez se decide a
pelear: a pesar de los terribles puyazos que sufren
en la corrida, con frecuencia los toros se quedan
quietos y "no cumplen" con las expectativas
del público. El actual reglamento taurino
prevé que se empleen entonces banderillas
negras o "de castigo" con arpones todavía
más lacerantes para castigar aún más
al pobre bovino, "culpable" de mansedumbre
y de no simular ser el animal feroz que no es. |
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